lunes, 16 de marzo de 2015

La NASA busca vida en un satélite de Júpiter

La NASA busca vida en un satélite de Júpiter
La luna Europa, en primer término, junto a Júpiter
Reuters
La Agencia Espacial estadounidense (NASA) ha puesto la primera piedra para una futura misión a Europa, satélite de Júpiter, en busca de indicios de vida en uno de los puntos del sistema solar con más posibilidades de albergarla, informa Efe.
La NASA anunció hoy que ha elegido una lista de nueve instrumentos y sensores que irán a bordo de la sonda espacial para determinar si la superficie helada de Europa esconde un océano líquido, salino y a una temperatura que permita formas de vida.
Este es el primer paso de un proyecto al que la NASA destinará 30 millones de dólares en el presupuesto de 2016, con la intención de poder lanzar la sonda alrededor del año 2022.
La sonda, que aún no tiene nombre, estará impulsada por energía solar y debería orbitar Júpiter en una órbita elíptica que le permita sobrevolar la superficie de esta luna a distancias que van desde los 25 kilómetros a los 2.700 kilómetros.
Los instrumentos elegidos incluyen un conjunto de cámaras y espectrómetros que crearán imágenes de alta resolución de la superficie de Europa para determinar su composición química, así como la de los posibles géiseres de agua que emanan de la capa helada, detectados en 2012 por el telescopio espacial Hubble.
La sonda de la NASA también transportará un radar que permitirá conocer el grosor de la capa helada de Europa y buscar lagos ocultos bajo el hielo, del mismo modo que sucede en la Antártida.
Asimismo, un magnetómetro determinará la intensidad y dirección del campo magnéticos del satélite de Júpiter, mientras que otros sistema de medición buscarán evidencias claras de las emanaciones de agua y de que existen mareas líquidas bajo el hielo.
Si se confirma la existencia de estos géiseres, que proyectarían agua salada a una altura de hasta 200 kilómetros, Europa se situaría, sin duda, como uno de los más sólidos candidatos para albergar algún tipo de vida extraterrestre.
«Éste es un paso gigantesco en la búsqueda de un oasis que pueda albergar vida en nuestro patio trasero celeste», explicó en un comunicado Curt Niebur, científico del programa Europa de la NASA.
«Confiamos en que este conjunto de instrumentos científicos permita interesantes descubrimientos en esta esperada misión», añadió Niebur.


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domingo, 15 de marzo de 2015

El agujero de la capa de ozono da una lección para el cambio climático

La prohibición de los clorofluorocarburos evitó un nuevo agujero en el Ártico y niveles excesivos de radiación en buena parte del planeta

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A la derecha, situación de la capa de ozono sobre el Ártico en abril de 2011. A la izquierda, como sería sin el Protocolo de Montreal. La barra de la derecha mide la cantidad de ozono. /SANDIP DHOMSE
Hace 30 años, en mayo de 1985, investigadores británicos anunciaron algo extraordinario: se había abierto un enorme agujero en la capa de ozono sobre la Antártida. Entonces, pocos sabían qué eran los clorofluorocarburos (CFC). Solo unos cuantos científicos conocían que estos compuestos químicos estaban debilitando la protección que el ozono atmosférico ofrece contra la radiación ultravioleta del Sol. Sin embargo, la alarma fue tal, que los gobiernos del mundo tardaron apenas dos años en prohibir los CFC con el Protocolo de Montreal. Ahora, un estudio muestra qué habría pasado si los políticos hubieran tardado tanto como ahora hacen con elcambio climático.
Ya casi nadie se acuerda del agujero de la capa de ozono. Aunque cada primavera austral, regresa sobre el cielo de la Antártida, es un problema que está yendo a menos y desaparecerá con el tiempo. Pero hace 30 años, su aparición disparó la primera gran acción global contra un problema que habían generado los propios humanos.
"Sin el Protocolo de Montreal, el planeta habría experimentado un mayor debilitamiento de la capa de ozono. En unas pocas décadas, esta reducción podría haber sido catastrófica, con unos niveles de radiación ultravioleta sobre la superficie mucho mayores", dice el profesor de la Universidad de Leeds (Reino Unido), Martyn Chipperfield, coautor de un estudio que imagina cómo sería la situación si no se hubieran prohibido los CFC.
El protocolo de Montreal prohibe el uso de CFC y otros compuestos dañinos para la capa de ozono
Usados desde comienzos del siglo pasado, los CFC, compuestos formados por hidrocarburos a los que se les añade cloro, flúor o bromo, eran fundamentales para la vida moderna. Eran el gas que enfriaban los refrigeradores, sacaban la espuma del bote de afeitar o dispersaban el desodorante. Entre sus ventajas tenían su supuesta condición de inertes, incapaces de desencadenar una reacción química al unirlos con otros elementos. Pero se equivocaban.
Apenas 10 años antes de su confirmación empírica en la Antártida, el mexicano Mario Molina y el estadounidense Frank Sherwood Rowland descubrieron que los elementos de los CFC no eran tan inertes. En junio de 1974 publicaron un artículo en Natureexplicando cómo, a pesar de su relativo mayor peso, estos compuestos liberados en el aire acababan en las partes altas de la atmósfera. Allí, la acción de la radiación ultravioleta los descomponía, liberando el cloro. En una enloquecida reacción en cadena, el cloro reducía las moléculas de ozono (O3) para convertirse en óxido de cloro. Un solo átomo puede descomponer 100.000 moléculas de ozono.
Sin la prohibición de los CFC habría dos agujeros, uno en la Antártida y el otro en el Ártico
La relevancia del ozono reside en que frena hasta el 90% de la radiación ultravioleta y buena parte de la infrarroja, haciendo de filtro solar. Aunque las nubes y los aerosoles en suspensión también juegan su papel, sin el ozono, la vida en la superficie de la Tierra sería casi imposible. El descubrimiento de Molina y Sherwood fue tan relevante que fueron recibidos por una comisión del Congreso de EE UU ese mismo año. Iniciaron entonces una campaña para concienciar a la sociedad de los peligros de estos gases. 20 años después, en 1995, recibieron el premio Nobel junto a su colega Paul Crutzen.
El estudio de Chipperfield y sus coelgas, publicado en Nature Communications, imagina que nunca existió el protocolo de Montreal. Toman como punto de partida la situación previa a su redacción, en 1986. Con el desarrollo económico, suponen un incremento en el uso de los CFC muy modesto, de un 3% anual. Sobre esta base, modelaron cómo sería el agujero de la capa de ozono en la Antártida.
De no haber hecho nada, el agujero sería hoy un 40% mayor de lo que lo fue en 2008, cuando se produjo el pico en su extensión, con unos 25 millones de kilómetros cuadrados de área. Además, el agujero se abriría meses antes y duraría más tiempo. También, su altura sería mayor. Pero lo más relevante es que no habría un agujero en la capa de ozono, sino dos. Cada año, en el Ártico también se produce un debilitamiento de la capa de ozono, pero solo en los años más fríos la reducción es tal que el ozono casi desaparece dejando el camino abierto a la radiación. Según este estudio, en el Ártico, el hoyo sería tan habitual y casi tan grande como hoy lo es en la Antártida.
Europa, EE UU y Australia sufrirían niveles de radiación potencialmente cancerígenos
En este escenario ficticio pero no inventado, las latitudes subpolares también sufrirían los efectos de la reducción de la capa de ozono. Debido a que los CFC perduran en la atmósfera varias décadas, hoy, la capa de ozono sobre Europa, Estados Unidos o Australia es un 4% menor que la que existía a mediados del siglo pasado. Por eso son tan habituales las noticias sobre la mayor incidencia del cáncer de piel en estos años.
En un mundo sin el protocolo de Montreal, ese porcentaje podría superar el 15%. Una reducción tal afectaría sin duda a las cifras de cáncer. Aunque no es el objetivo del estudio, sus autores también recuerdan que un exceso de radiación alteraría procesos básicos para la vida como la fotosíntesis. En los polos, además, está relacionado con el aceleramiento del deshielo. Incluso en los trópicos, donde la mayor temperatura en la estratosfera minimiza la reacción entre el cloro y el ozono, la capa protectora se habría reducido hasta en un 5%.

Una lección para el cambio climático

"El protocolo de Montreal es probablemente el mejor ejemplo de cómo la cooperación internacional puede solucionar problemas ambientales globales. Cuando se firmó, en 1987, no se conocían aún a fondo las causas del debilitamiento de la capa de ozono", recuerda Chipperfield. "Sin embargo, se basó en el principio de precaución: ya que no comprendemos del todo las consecuencias, debemos ser cuidadosos con lo que hacemos. Podría ser una buena lección en el debate sobre el cambio climático", añade.
Aquel protocolo acabó siendo firmado por todos los países del planeta. En sucesivas revisiones se ha ido ajustando ante la aparición de nuevos compuestos. Pero las premisa básicas, la precaución, la vigilancia, la prohibición y el obligado cumplimiento se han mantenido.
Como ahora, "entonces también hubo un negacionismo del ozono", recuerdan desde Greenpeace
"Como sucede ahora, entonces también hubo un negacionismo del ozono", recuerda el responsable de energía y cambio climático deGreenpeace, José Luis García. Recién salido de la universidad, García se metió en eso del ecologismo con la campaña contra los CFC y ve muchos paralelismos con el debate climático actual.
La industria química siguió un patrón que ahora repite la energética. "Primero negaron que los CFC tuvieran nada que ver, después relativizaron su impacto. Más tarde alegaron las dificultades para sustituirlos", recuerda García. Al otro lado, los estudios científicos, el activismo ecologista y la presión social. En medio, unos políticos que, en aquella ocasión fueron rápidos al tomar decisiones.
"El hecho diferencial es el carácter de ambas industrias. La química también era global, pero fue la primera vez que nos enfrentábamos a un problema global. La presión de científicos, de activistas y de la sociedad fue más fuerte que la resistencia de las químicas. Pero, las energéticas tienen mucho más poder", dice el representante de Greenpeace. Además, añade "han aprendido del pasado y dedican cantidades de dinero varios órdenes de magnitud superiores a las dedicadas al negacionismo del ozono".

miércoles, 11 de marzo de 2015

Hallado otro posible ancestro de todos los humanos

Excavaciones en Etiopía desvelan una nueva especie de australopiteco que vivió en el mismo tiempo y lugar que 'Lucy', hace 3,5 millones de años

  • Una de las mandículas halladas en Woranso-Mille / J. H. S.
      Hasta hace muy poco, la pregunta de cómo éramos los humanos antes de ser humanos tenía una respuesta clara: Lucy. Así se llama al esqueleto de australopiteco más célebre por pertenecer a la especie de la que proviene el género humano. Era un mono erguido que no llegaba al metro y medio y con un cerebro tres veces más pequeño que el nuestro, pero, era nuestro origen y por eso cobró fama hasta convertirse casi en una estrella. Pero eso era hasta ahora, pues un nuevo hallazgo acaba de confirmar que Lucy coexistió con otras especies de homínidos que también podrían ser nuestros ancestros y cuya simple existencia embarulla el árbol genealógico humano para hacerlo mucho más creíble e interesante.
      La nueva especie descubierta se llama Australopithecus deyiremeday acaba de ser presentada en sociedad por sus descubridores. Lo más interesante de estos nuevos fósiles hallados en la región de Afar de Etiopía, un maxilar y dos mandíbulas, es que tienen entre 3,3 y 3,5 millones de años, es decir, son coetáneos de la especie de Lucy, losAustralopithecus afarensis. Aún más interesante es que los restos se han hallado en Woranso-Mille, a unos 30 kilómetros de distancia de donde vivían los afarensis.
      La historia oficial decía que Lucy y los suyos vivieron hace entre 3,7 y 3 millones de años. De su linaje brotaron dos nuevas ramas, hace unos 2,5 millones de años. De una salió un homínido con una imponente cabeza de gorila y enormes dientes para triturar alimentos muy duros: el parantropus. En la otra estaban los primeros miembros del género Homo. Mientras los parantropus se extinguieron, la segunda rama, la humana, experimentó una auténtica explosión de formas y especies que cohabitaron durante miles de años y de la que los Homo sapiens somos los únicos descendientes vivos.
      La existencia de esta nueva especie hallada en Etiopía y descrita hoy en la revista científica Nature redibuja ese árbol clásico y le pone al menos dos ramas iniciales. “Es tan probable que esta nueva especie sea el ancestro del género Homo como que lo sea Lucy”, explica a Materia el paleoantropólogo etíope Johannes Haile-Selassie, jefe de las excavaciones e investigador del Museo de Historia Natural de Cleveland (EEUU). No es la primera vez que se sugiere, en contra el dogma, que hubo varias especies que coexistieron en África en el mismo tiempo, todas con posibilidades de ser nuestro ancestro. Ahí está el Kenyanthropus platyops, una mezcla de humano y australopiteco que vivió en Kenia y cuyo fósil sigue sin ser aceptado por buena parte de los científicos por estar muy deformado. Hace unos días un estudio mostró que este homínido pudo desarrollar las primeras herramientas de piedra -una tecnología que se pensaba únicamente humana- 700.000 años antes que nuestro género Homo.
      En Sudáfrica, un nuevo análisis de otro fósil excepcional conocido como Little Foot demostró en abril que esta especie también fue coetánea de Lucy. Ya en 2012, el propio Haile-Selassie encontró en Etiopía un pie fósil de hace 3,4 millones de años que no era nada parecido al de los afarensis, pero no le bastó para probar que tenía una nueva especie entre manos. Ahora está convencido de que suAustralopithecus deyiremeda prueba que el mosaico de formas con que la evolución genera nuevas especies y géneros estaba representado en Etiopía con al menos dos australopitecos coetáneos que anticipaban a su manera a los humanos. “La cara y la estructura de la mandíbula de esta nueva especie son más evolucionadas queLucy”, resalta el experto. Sin embargo, “sus caninos superiores parecen más primitivos”. En el estudio también ha participado Luis Gibert, geólogo experto en datación de la Universidad de Barcelona. Gibert colabora desde 2010 en las excavaciones de Woranso-Mille y ha sido responsable responsable de la contextualización cronoestratigráfica y sedimentológica de los fósiles encontrados.
      Reconstrucción de los fósiles encontrados / LAURA DEMPSEY
      Investigadores ajenos al estudio reconocen que este y otros trabajos le dan un revolcón a la evolución humana clásica. “En mis clases siempre digo que Lucy es el mejor candidato a ser el ancestro de los humanos, pero ahora ya no lo sabemos”, reconoce Carlos Lorenzo, paleoantropólogo y profesor de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona.
      El nuevo árbol de familia que dibujan estos hallazgos tiene muchas más ramas, es mucho más tupido y se parece más a lo que vemos en cualquier otra parte del reino animal. Lo raro eran los linajes lineales que más parecían de reyes godos que de especies. De este nuevo estudio Lorenzo destaca la mezcla de rasgos humanos y australopitecos que tiene el deyiremeda y resalta que esa misma mezcla es la que se observaba en los restos del humano más antiguo hallado hasta ahora, precisamente en el yacimiento de Ledi-Geraru, a unas pocas decenas de kilómetros de donde ha aparecido este nuevo australopiteco.
      Fred Spoor, investigador del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva, apunta en Nature que posiblemente fuera esta nueva especie la que desarrollara esas primeras herramientas líticas encontradas en Kenia.
      Ahora Haile-Selassie quiere volver al yacimiento etíope en busca de nuevos especímenes para estudiar si aquel pie primitivo, con pulgar oponible como el de un chimpancé, perteneció a la misma especie recién descubierta. Esos pies, señala, no son de australopiteco, sino de Ardipithecus ramidus, otra especie más antigua que vivió hace 4,4 millones de años también en Etiopía y que pudo ser el origen de los australopitecos y los humanos. Demostrar que tuvo esos dos rasgos tan diferentes “sería fascinante”, resalta Haile-Selassie, relamiéndose con darle otra sacudida a nuestro árbol de familia.

      martes, 10 de marzo de 2015

      El Everest perderá entre el 70% y el 99% de sus glaciares en este siglo

      El calentamiento global provocará mayores nevadas en el Himalaya que no compensarán el deshielo provocado por el aumento de la temperatura, según un estudio

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      Los investigadores midieron la evolución de los glaciares de la cuenca del Dudh Koshi, donde acaban los hielos del Everets o el Cho Oyu. / PATRICK WAGNON
      Tras las zonas polares, la cordillera del Himalaya alberga las mayores reservas de hielo del planeta. Y como el Ártico y la Antártida, se está quedando sin glaciares por el cambio climático. Un estudio sobre el impacto del aumento de las temperaturas y la alteración del monzón muestra que los hielos que bajan de las montañas más altas del mundo desaparecerán entre un 70% (escenario optimista) y un 99% (escenario pesimista) para cuando acabe este siglo.
      Hasta un tercio del agua dulce del planeta está en el Himalaya. De sus más de 50.000 glaciares beben ríos como el Ganges, Indo, Bramaputra, Yamuna o el Yangtsé. Y de su agua viven más de mil millones de personas. Por eso es vital determinar cómo está afectando el calentamiento global a esta zona del mundo. El análisis de los glaciares de la gran cordillera presenta retos adicionales a los de los polos. Se trata de glaciares más cortos y de menor volumen. Aunque los hay de hasta 620 de altura, la media es apenas de 200 metros. La orografía y la gran altitud son variables también a tener en cuenta. Para complicar las cosas, están los vientos monzónicos que traen la humedad del océano Índico.
      "En esta región, el 80% de la precipitación anual se produce durante el monzón, de junio a septiembre, dice el glaciólogo del Centro Internacional para el Desarrollo Integral de las Montañas (ICIMOD), Joseph Shea. "Es también la temporada más cálida del año, en la que los glaciares ganan masa por las nevadas en las altitudes superiores mientras que la pierden por el deshielo en las inferiores", añade.
      Según la concentración de CO2, en 2100 solo los glaciares a altitudes de 7.000 metros podrían aguantar
      Este frágil equilibrio es el que estaría alterando el cambio climático. El investigador del ICIMOD, con sede en Katmandú (Nepal), junto a geógrafos de la Universidad de Utrecht y glaciólogos del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia se fijaron en la cuenca del Dudh Koshi, por donde discurren los glaciares de algunas de las mayores montañas del Himalaya, como el Everest, el Cho Oyu, el Makalu, el Lhotse o el Nuptse. En total, unos 400 kilómetros cuadrados. No es mucho, ni llega a la centésima parte del área total, pero sí puede ser un indicativo de lo que sucede en toda la cordillera.
      Los investigadores usaron los datos de temperaturas y precipitaciones de los últimos 15 años y tomaron medidas sobre el terreno de la situación y evolución de los glaciares para crear un modelo evolutivo de los mismos desde 1960 en adelante. Sobre este modelo, corrieron las llamadas rutas de concentración representativas (RCP, por sus siglas en inglés). Se trata de las trayectorias de emisiones de CO2 que los científicos creen más probables y que acabarán, a final de siglo, en un escenario más o menos cálido del planeta. Así, por ejemplo, la RCP 4.5 señala un aumento de entre 1,1º y 2,6º para el año 2100. Si no se hace nada por reducir las emisiones (RCP 8.5), la temperatura media global podría subir entre 2,6º y 4,8º, según los datos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático.
      Los glaciares de esta zona del Himalaya nacen de las montañas más altas del mundo, como el Everest. / THE CRYOSPHERE/EGU
      Según este estudio, publicado en The Cryosphere, la revista de la Unión Europea de Geociencias, en el escenario más benigno, los glaciares de la cuenca del Dudh Koshi habrán perdido casi el 40% de su hielo en 2050 y hasta el 80% al acabar el siglo. En la trayectoria RCP 8.5, hasta el 99% de los glaciares se habrán derretido en 2100. Además, el proceso de deshielo, como en otras zonas heladas, parece estar acelerándose. De un ritmo de área perdida de un 0,61% entre 1990 y 2000, se ha pasado a un 0,79% desde que comenzó el siglo.
      "Los glaciares de esta cuenca están entre los más altos del mundo, así que, incluso con unas temperaturas elevadas y alta tasa de deshielo, seguirá habiendo partes que reciban nieve y no se alcanzará el punto de deshielo", reconoce Shea. "Sin embargo, la mayoría de los glaciares en altitudes inferiores ya están desapareciendo y no está claro que el proceso se pueda revertir", añade.
      Aunque hay escenarios en el que el calentamiento global llevará más humedad hasta las cumbres, aumentando entonces las nevadas, los autores del estudio no creen que este incremento en las precipitaciones ralentice el ritmo de deshielo. Además de que buena parte de esas precipitaciones serían en forma de agua, no sería suficiente para compensar la pérdida acelerada en la cabecera de los glaciares que, al estar a altitudes inferiores, soportarán mayores temperaturas.
      Buena parte de la respuesta de los glaciares se debe a los cambios en el nivel de congelación, la altitud donde la temperatura media mensual no supera los 0º. "Actualmente varía entre los 3.200 metros en enero y los 5.500 metros en agosto", explica el coautor del estudio y geólogo de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), Walter Immerzeel. Partiendo de los registros de temperatura y el calentamiento proyectado para 2100, "este nivel se elevaría de 800 a 1.200 metros, reduciendo no solo la acumulación de nieve en los glaciares, sino exponiendo el 90% de la zona hoy helada al deshielo durante los meses cálidos", añade.
      Si se cumplen sus cálculos, solo los glaciares que estén a una altura de 7.000 metros podrán aguantar. La porción situada a menos altitud y por encima de los 5.000, se helará solo durante el invierno. El resto, está condenado.

      domingo, 8 de marzo de 2015

      Descubren el fósil de una nueva especie de homínido en Etiopía

      Descubren el fósil de una nueva especie de homínido en Etiopía
      Museo de la Naturaleza de Cleveland
      Un equipo internacional en el que participa el geólogo de la Universitat de Barcelona (UB) Lluís Gibert ha descubierto un fósil de australopiteco --'Australopithecus deyiremeda', que significa 'pariente próximo' en la lengua de Afar (Etiopía)-- que coexistió con el 'Australopithecus afarensis', la famosa Lucy, hace más de tres millones de años en Africa oriental. El hallazgo de este equipo, dirigido por el profesor Yohannes Haile-Selassie de la Universidad de la Reserva Case Western de Estados Unidos, ha sido publicado en la revista 'Nature' y abre "nuevos horizontes" al debate científico sobre el origen y la evolución de los primeros ancestros de la especie humana en el continente africano.
      Han encontrado varios restos fósiles --mandíbulas inferiores, superiores y una colección de dientes-- en los yacimientos de Burtele y Waytaleyta, en Woranso-Mille, situada en la región central de Afar, ubicados a unos 50 kilómetros al norte de Hadar y a 520 kilómetros al noreste de la capital Addis Abeba.
      La investigación es "la primera evidencia científica" de que Lucy, descubierta en 1974 en el yacimiento etíope de Hadar, no era el único australopiteco de la región, sino que coexistió en espacio y tiempo con esta nueva especie de homínido.
      Según el director del equipo, Yohannes Haile-Selassie, esta especie es "una nueva confirmación de que el Australopithecus afarensis no era el único ancestro potencial de los orígenes humanos que durante el Plioceno medio vagaba por lo que hoy se conoce como región de Afar".
      En el área de Burtele (Etiopía) también se descubrieron en 2012 restos fósiles de un pie de homínido fechado hace 3,4 millones de años, que podría corresponder a una tercera especie, que aún no tiene un taxón asignado, pero tiene un "gran interés científico" porque muestra otros patrones de adaptación a la locomoción de los homínidos en esta zona. COMPARACION ENTRE LAS ESPECIES
      Los expertos consideran que esta nueva especie es "claramente distinta" a Lucy en características de morfología facial, dental y mandibular, y el grosor de su esmalte dental apuntaría a un patrón de dieta más rico y variado, y probablemente más similar al género 'Homo'.
      También destacan la "sorprendente similitud" de esta nueve especie con algunas características morfológicas en mandíbulas y dientes que generalmente se asocian con los géneros 'Paranthropus' y 'Homo', y que por primera vez aparecen en el registro fósil mucho antes de lo que se pensaba.


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