Proviene de una estrella de nuestro vecindario cósmico, a 60 años luz de distancia, y es la mayor, más caliente y más larga secuencia de llamaradas estelares jamás vista hasta el momento
El pasado 23 de abril, el satélite Swift, de la NASA, detectó la mayor, más caliente y más larga secuencia de llamaradas estelares jamás vistas hasta el momento en una enana roja de nuestro vecindario. El estallido inicial de la serie fue más de 10.000 veces más potente que la mayor llamarada solar nunca registrada.
"Solemos pensar que las mayores llamaradas emitidas por una enana roja no duran más de un día, pero el Swift ha detectado por lo menos siete enormes erupciones en un periodo de menos de dos semanas", afirma Stephen Drake, astrofísico del Centro de Vuelos Espaciales Goddard, de la NASA.
En su pico, la llamarada alcanzó más de 200 millones de grados,más de doce veces la temperatura que reina en el núcleo del Sol.
Esta "superllamarada" se produjo en una de nuestras estrellas vecinas, en concreto en uno de los dos miembros del sistema binario conocido como DG Canum Venaticorum, o DG CVn, a unos 60 años luz de distancia. Las dos estrellas del sistema son enanas rojas, con masas y tamaños tres veces menores que las de nuestro Sol. Ambos astros orbitan uno alrededor del otro a una distancia que multiplica por tres la distancia media entre la Tierra y el Sol (que es de 150 millones de km.).
"Se trata de un sistema poco estudiado -explica Rachel Osten, astrónoma del Space Telescope Science Institute-. Y no teníamos ni idea de que pudiera hacer una cosa así".
La mayoría de las estrellas que se encuentran a menos de 100 años luz del Sistema Solar son de mediana edad. Pero cerca de un millar de jóvenes enanas rojas nacidas en otros lugares más lejanos vaga también a la deriva por esta región, dando a los astrónomos la oportunidad de estudiar con detalle la intensa actividad típica de las estrellas más jóvenes.
Los investigadores, de hecho, estiman que DG CVn nació apenas hace 30 millones de años, lo cual es menos del 0,7 por ciento de la edad de nuestro Sistema Solar.
Todas las estrellas emiten llamaradas por las mismas razones que lo hace el Sol. Alrededor de las zonas más activas de la atmósfera estelar, los campos magnéticos se retuercen y distorsionan. Y al hacerlo, van acumulando energía de forma similar a como lo haría una banda elástica de goma que estuviéramos estirando y retorciendo. En ocasiones, un proceso llamado "reconexión magnética" desestabiliza los campos, lo cual se traduce en una súbita liberación explosiva de toda la energía acumulada previamente. Las llamaradas emiten una intensa radiación a lo largo de todo el espectro electromagnético, desde las ondas de radio a la luz visible, ultravioleta o de rayos X.
Una intensidad X 100.000
A las 5.07 de la tarde del pasado 23 de abril, el súbito aumento de emisiones de rayos X causado por la super llamarada de DG CVn activó las alarmas del instrumento BAT (Burst Alert Telescope) del satélite Swift, que en apenas unos segundos calculó la posición del suceso y decidió, de forma automática, que el evento merecía ser analizado por el resto de instrumentos. Así que el satélite se orientó de inmediato para observar el fenómeno con todo detalle y, al mismo tiempo, informó a los astrónomos de todo el mundo de que se estaba produciendo una llamarada de enormes proporciones.
"Durante por lo menos tres minutos desde que el BAT se activó -explica Adam Kowalski, que estudió en detalle el suceso- la luminosidad de los rayos X fue mayor que la luminosidad combinada de las dos estrellas juntas en todas las longitudes de onda. Llamaradas tan grandes en una enana roja es algo extraordinariamente raro de ver".
Las mayores llamaradas solares se clasifican en la categoría X. "La mayor llamarada que nunca hemos visto en nuestro Sol -continúa Drake- ocurrió en noviembre de 2003 y alcanzó una intensidad de X 45. Si miráramos la llamarada de DG CVn desde la misma distancia que hay desde la Tierra al Sol, habría sido de una intensidad X 100.000".
Como las réplicas de un terremoto
Pero eso no fue todo. Tres horas después de la llamarada inicial, cuando los rayos X estaban en fase descendente, el sistema estalló con otra llamarada casi tan intensa como la primera. Algo que también se puede ver el el Sol, cuando una llamarada en una región activa desencadena otros fogonazos en regiones vecinas.
En los siguientes once días, el Swift detectó una serie de explosiones muy intensas, aunque ninguna logró superar a las dos primeras. Los investigadores comparan esta sucesión de llamaradas en cascada con las réplicas de un terremoto. En total, la estrella tardó 20 días en volver a un nivel normal de emisiones de rayos X.
¿Pero cómo puede una estrella que es un tercio del Sol producir erupciones tan gigantescas? El factor clave es su rápida rotación, un ingrediente esencial para la amplificación de los campos magnéticos. Y resulta que DG CVn rota treinta veces más deprisa que el Sol. Cuando éste era joven, también rotaba más deprisa, y es muy posible que en aquél tiempo fuera capaz de generar superllamaradas como la observada ahora por los astrónomos. Afortunadamente, nuestro Sol ya no está en condiciones de hacer una cosa así.
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