La patena de vidrio con la inusual representación de Cristo (centro), expuesta en el Museo de Arqueología de Linares …
Algo más de tres años de concienzudo trabajo. Ese es el tiempo que un equipo de investigadores españoles que estudia el yacimiento arqueológico de Cástulo ha pasado reconstruyendo pieza a pieza, como si de un antiquísimo puzle se tratara, un hermoso plato de vidrio del siglo IV de nuestra era cuyas especiales características lo hacen casi único.
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Y es que la pieza, que representa a Cristo sosteniendo una cruz y una Biblia y está flanqueado por otras dos figuras –posiblemente San Pedro y San Pablo–, no sólo es una de las representaciones más antiguas de Jesucristo que se conocen, sino que además le representa de una forma poco usual: sin barba y con el pelo rizado.
Los arqueólogos españoles fueron “rescatando” poco a poco pequeñas piezas de vidrio entre los restos de un antiguo edificio sagrado ubicado en la antigua Cástulo –una ciudad íbero-romana ubicada en la localidad jienense de Linares–, hasta que finalmente pudieron reconstruir, casi por completo, la hermosa pieza vítrea, que probablemente fue empleada para contener el pan consagrado durante la eucaristía.
Aunque hoy pueda parecernos un tanto insólita, esta iconografía de Cristo imberbe y de cabellos rizados fue habitual durante los primeros siglos del cristianismo, antes de que la entonces joven religión hubiera asentado y establecido las imágenes “definitivas” de su culto.
Ichtys, siglas a su vez de Así, durante la clandestinidad del cristianismo –las autoridades imperiales persiguieron el culto en sus primeros tiempos–, los primeros fieles de Cristo representaban a su Señor mediante símbolos como el pez (en griegoIēsoûs Christós Theoû hyiós Sōtér, es decir: “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”), y no fue hasta el siglo III cuando se elaboraron las primeras imagines figurativas de Jesús, cuando se popularizaron representaciones como la del Buen Pastor.
Al carecer de una iconografía propia –y sin referencias claras en el Nuevo Testamento sobre el aspecto de Cristo–, el cristianismo se apropió de algunas representaciones habituales del arte pagano, y así se plasmó a Jesucristo joven e imberbe –lo que se conoce como Cristo alejandrino–, con rasgos similares a los de retratos clásicos que seguían tipos iconográficos como el del gobernante-salvador (habitual en algunos retratos de Alejandro Magno) o el del filósofo. En otros casos, se le representaba también con los atributos y apariencia de Apolo o Helios, subido en una cuadriga tirada por caballos.
Al mismo tiempo –o poco después–, surge también la otra forma de representar a Cristo, ya maduro y con barba –lo que se conoce como Cristo siríaco–, tipología que es la que ha perdurado hasta nuestros días. En este caso, parece que la iconografía y rasgos de estos “retratos” de Jesucristoproceden de representaciones de divinidades paganas como Serapis o Júpiter, igualmente barbadas.
Con tales antecedentes, no es difícil comprender el entusiasmo de los arqueólogos españoles, pues han sido capaces de reconstruir casi por completo una pieza del siglo IV con una inusual imagen de Cristo alejandrino sobre vidrio, con apenas ejemplos similares, como los conservados en el Museo de Arte de Toledo (Ohio, EE.UU.) o el Museo del Louvre.
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